Y murió muy triste, demasiado, a decir verdad. Con la respiración acelerada y lágrimas embarradas, yo la encontraba así siempre. Era muy difícil preguntarle qué le sucedía, pues con una mirada acusadora y penetrante te ordenaba que no te preocuparas por ella y dirigieras tu atención a otra cosa.
Estábamos todos reunidos en el sillón de una sala, aún nadie sabe por dónde salió, pasábamos la noche juntos, divirtiéndonos entre amigos, hasta que reaccionamos; ella subió y no había bajado de su habitación. Revisamos su cuarto y no se encontraba, pero la ventana estaba abierta, un montón de aire entraba por ella.
Al correr la cortina blanca y antes de poder asomarnos había una mariposa volando frente a nosotros, parecía feliz. Se quedó frente a nosotros revoloteando por unos segundos y después se fue. No queremos creer que murió, sino que fue la única forma de despedirse de nosotros. Ya sabes, las mariposas no lloran.