En este último año, la enfermedad ha estado golpeando mi cuerpo. Tengo el estorbo de varios males que me ha llevado a estar vario tiempo en casa. Parece que lo mío está lejos de ser algo humano, pero en lugar de recriminarme he comenzado a reconciliarme con mi cuerpo. Cuando el dolor en mis sentidos no me redoblaba tanto, pude viajar para darle un reencuentro con el alma.
Me encanta la vida, pero no he de mentir, ya no la tengo, la regalé y jamás vino a mí de vuelta.
Ni las vueltas en el centro, ni el teatro, ni los cabarets, no quiero nada, porque todo me parece un arma blanca que siempre me agarra en curva y se entierra un poco cada día. Tengo fracturado el lado izquierdo del cuerpo. Quiero irme con mis veinte pesos que tengo en el bolsillo, acompañado de nadie. Si me quedara un poco, buscaría un médico o una novia, pero ya no hay más escenario y me llevo tan mal con todo que ya no lo soporto. Quiero unos nuevos ojos y ver diferente. Un día habrá que amanecer, pero a este sitio no quiero volver jamás
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