Los gatos van de un lado a otro
arañando ventanas en la atmósfera
para alcanzar ruidos curiosos.
Deambulan de nube en nube,
tejiendo sobre el aire azoteas
que resguardan a sus consentidos.
Construyen redes con finas agujas,
para atrapar los miedos, y proyectan sobre el suelo
trampolines para divertir a sus protegidos
y asegurarse de que ellos siempre caigan de pie.
Toman la forma de querubines
que alzan su vuelo en cualquier lugar
dentro y fuera de su castillo,
evitando que la melancolía se cuele
entre los resquicios que ocasionan
las penas mal digeridas,
o mal cocidas, si es el caso.
Ellos fingen no saber lo que sucede a su alrededor
para no restarle méritos a quienes más aman.