Los días han estado muy calientes y el cielo no ha querido refrescarnos con su lluvia. Inclemente, el sol ha quemado mis hojas y mis ramas están secas. Cansado, miro a mi alrededor. El panorama es deplorable. Los demás árboles se encuentran en la misma situación y los animales sufren de sed y calor. El poco viento que llega, no es suficiente para aminorar nuestro sufrimiento.
¿Qué es ese olor que percibo? Parece que huele a quemado. ¡No, por favor, no! Que no sea un incendio. Me pongo alerta... El olor es cada vez más intenso y me parece que escucho el crepitar de las ramas secas de otros árboles. Pongo mayor atención. El suelo vibra... Cada vez con mayor fuerza. Entonces los veo. Gacelas, elefantes y tigres huyen aterrados... Corren para no ser alcanzados por el terrible fuego. Escucho graznidos y aleteos de muchas aves que vuelan desesperadas, temerosas de ser calcinadas.
Y lo único que yo puedo hacer es esperar a que las llamas calcinantes me muerdan, me laceren. Solo puedo lanzar gritos lastimeros, derramando mi savia a borbotones.
¿Por qué me has engrillado al suelo? Pregunto a alguien y a nadie. ¿Qué he hecho para merecer este castigo? Me has negado la oportunidad de moverme, de huir del peligro. ¿Por qué?
Anna Gutiérrez.