MILVA
-Abrígame entre tus piernas. Deja que el calor de tu sexo me reviva - le susurró al oído-
-Hace tiempo te añoro. He cambiado Milva…créelo
Lo miró con odio y respondió:
- ¿Cómo me encontraste? Nadie sabía dónde estaba.
-Para mí nada es imposible, te lo dije cuando me denunciaste y arrestaron, te hubiera buscado hasta en el mismo infierno
Mientras olía su pelo, parecía resignada. Julio no advertía el odio centelleando en sus grandes ojos.
-Está bien, esta noche espérame en tu hotel, veo que jamás voy a deshacerme de ti. Volveremos a intentarlo por enésima vez.
A las 10 de la noche golpeó la puerta, el hombre abrió y tomándola de la cintura, la arrastró hacía él, contra la pared la besó salvajemente, apretándola casi hasta ahogarla.
Milva recordó su violencia, desesperada hundió la daga que traía en su costado, luego en la espalda una y otra vez hasta verlo desplomarse.
Con la mirada desorientada metió la mano enguantada sosteniendo la daga sucia de sangre en el bolsillo del saco. Salió lentamente por las escaleras de emergencias confundiéndose entre la gente.
Sonriendo con una paz casi inexplicable caminó por aquella ciudad dónde buscara borrar tantos golpes.
EL GEMELO
El gemelo brillaba en la oscuridad de la noche sobre el asfalto, pegado al cordón de la vereda.
Su tonalidad parecía de oro. El mendigo así lo imaginó al levantarlo. Con cuidado lo guardó en una bolsita para no perderlo. Apenas abrieron los negocios fue hacía la zona céntrica, dónde abundaban locales de empeño, pensó en venderlo rápidamente, al menos por unos días no se sentiría hambriento.
Vacilante entró al primer negocio que encontró a la entrada de una galería. El joyero que lo atendió, descubrió su apremio.
Tomó la pieza y la estudió con sumo cuidado, sonriendo sarcásticamente y restándole importancia dijo:
- Seguro lo encontraste en el basural, no te ilusiones es una simple baratija, no vale nada.
y depositó la pieza sobre el mostrador con desinterés
Su estómago crujía, le recordó que hacía días no comía. Sin decir nada salió desencantado dejando el gemelo, total de que le serviría un solo gemelo y encima sin ningún valor.
El viejo usurero lo volvió a tomar y tiró sobre la balancita, tras una carcajada lo lanzó en la caja del oro para fundición.
Ángela Grigera Moreno
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