Brilló por su candor, aquella fresca rosa,
haciendo renacer, de amor los girasoles,
y diole a mi existir la dicha primorosa
que trajo a mi vergel la luz de regios soles.
Su aroma y su fulgor, del nardo procedía,
y fue mi redención en tristes soledades;
su gracia singular a mi alma le daría
la dulce inspiración que ofrecen las deidades.
Le di mi corazón con gran delicadeza,
mas poco me duró, la gloria que me daba;
un día se marchó, cubriendo de tristeza
aquella claridad, que tierna me brindaba.
¡Mas todo su esplendor me creo estar viviendo
en medio del dolor que aún estoy sintiendo!
Autor: Aníbal Rodríguez.