Te vi sobre la piedra fría,
inmóvil,
tus alas abatidas.
Gris el duro lecho
en el ocaso de tu vida
breve,
gris tu cuerpecito
mustio y aterido.
No sé por qué me detuve
al verte.
Viento, frío,
y tú cúmulo de neblina
me pareciste tan sola,
y tan horrible, losa tan dura
en vez de blando nido.
Una lágrima corrió
por mi rostro asombrado,
acarició mi mejilla
y descendió por ella,
llegó hasta tu cuerpo,
brillaba entre tus plumas,
de gris, paloma muerta.
Fue el deshojar de mi tristeza,
que vivía en tu cuerpo.
Confundidas tus plumas y mi perla,
quedaron aprisionadas
por la niebla.