Alberto Escobar

Entre hielos anda el cuento

 

Quién ha mandado un barco
a este perdido rincón del orbe.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En medio del norte del Atlántico se hospeda desde la noche de los tiempos
un iceberg, que se pasa las horas discutiendo consigo mismo —en concreto
la parte visible con la invisible, mucho más corpuda—.
Un día de estos se les ve de esta guisa:
Parte escondida—. ¡Qué suerte tienes punta! ¡Puedes ver a placer la a veces
tormentosa a veces apacible superficie de las aguas! Puedes ver asimismo
cualquier barco que se deslice sobre ella como testigo de excepción.
Punta—. Sí, pero tú eres más hermosa y fuerte, y no estás a merced de los meteoros,
que son a fe un verdadero tormento. Es raro el día que puedo descansar en paz.
En esta gresca seguían y siguen día sí y día también, tanto que mi oficio de narrador
está peligrando entre los engranajes de mis pensamientos.
¡Cambiando de tema!, prosigamos con la disputa polar que nos trae y nos lleva...
Punta—. ¡Allá a lo lejos adivino un enorme barco, o así parece!
Parte escondida—. ¿Cóno es?, ¡que yo me haga una idea si puede ser exacta!
Punta—. Parece blanco, con una cara alargada, rasgada al centro por una nariz
de hebreo y unos ojos laterales de los que salen dos lágrimas que no llegan a caer.
También veo lo que parecen dos jóvenes que con los brazos abiertos a los vientos
hacen contorsiones y malabarismos, como si volaran. Creo que se está acercando
peligrosamente, los chicos dan un paso atrás y corren en retroceso. La cara me parece
cada vez más grande e imponente. ¡Parte escondida, disuélvete o huye!
¡ZZZZZAAAASSS!

Requiescat in pace.