La mañana amaneció
con una sonrisa nueva, expresiva,
casi atractivamente desconfiada.
Ella sonriendo miraba hacia el
horizonte de su vida.
¡Nunca podría llegar!...
Jadeando y empapada de tensión
observaba lo abrupto de aquel lugar,
las aristas del destino se clavaban en su piel.
El cielo completamente teñido de azul,
era su espejo en ese instante
de melancolía cohibida,
de locura desbordada
en el centro de su corazón...
Caminó sin dirección aparente,
fortalecida por su espíritu juvenil.
Un milano la miraba
descansando en la rama de un árbol
en el espacio abierto del valle.
Entonces notó que sus pies estaban
cansados,
que su cuerpo le pedía un descanso
apresurado.
Miró en su interior y gritó de valentía...
Había llegado a su destino,
al horizonte de su realidad.
Se encontraba segura, a salvo.
Y una sonrisa nítida empapó
sus labios resecos,
cuarteados de tanta melancolía.