La noche caía lentamente, haciendo sintonía con la danza del inmutable segundero y ella ya estaba concentrada en el vacío o tan llena de visiones en la nada; era una escena común, era el mismo techo, era la misma cama. Ella siempre la misma, más la imaginación fecunda que le hacía disfrutar ese silencio, siempre tenía nuevos matices que flotaban en el aire como pavesas de recuerdos.
Siempre se había sentido distinta, extraña, y no sólo ella, los otros también lo notaban. Era la rara, se decían cuchicheándose al oído, como tratando de guardar un secreto que ya era un secreto a voces.
Cada nueva noche, para muchos no distinta de tantas noches, era para ella un noche tan especial, con un silencio con sabor a paz, con olor a calma, con color de magia. Así era ella, tan sensible a cada detalle que era capaz de arrancarle al vacío las notas más agradables.
Tenía un don que muy pocos tienen y a veces se asustaba por ser tan distinta, pero esa pared vacía tenia tantas historias, estaba llena de lugares que nadie miraba. Ella sabía encontrar en la noche los que los otros perdían.
Los días no eran distintos a las noches, también tenían magia en las esquinas, como las piedras, las nubes, el horizonte, el sol a las 6 de la tarde, los significados que se escondían en las palabras tímidas, en el color de las miradas de la gente, que nunca la entendían.
Su mundo era de poesía, como el ecosistema que habitaba en las hojas caídas del otoño. Ella exprimía, con la delicadeza que habita en las alas de los picaflores, cada giro de la vida y lo hacía vestirse de arcoíris. Así era ella, así es ella.
Siempre viendo el vaso medio lleno, nunca medio vacío. Tan amiga de los libros y de los animales. Tan cómplice de los eclipses como de las mareas. Tan amiga de las tormentas como de las heladas.
Y todo estaba bien, sólo que eso no era el estándar, no era la regla general y por eso a veces en retribución recibía burlas. Kelita le decían. Ya baja de la nube y pisa tierra, los unicornios no existen. Ella en realidad no creía en unicornios, pero que tan dulce le resultaba imaginarlos volar en el techo aparentemente vacío de esa habitación, de cualquier habitación.
Miraban sus locuras sin aparente cura - ya madurará esta chica- decían- ya sabrá que las rosas nunca vienen sin espinas. Pero a ella no le importaba, mientras sepa que el norte queda al norte y que la Pacha mama acariciaba sus pies, ella volaba, porque paras volar libre no necesitaba olvidar la tierra.
A la gente, al día, a la noche, a la vida; les falta poesía -se decía-.esa es una de las claves para ser feliz. Rara es la vida que se vive sin sonrisa.
Ella era rara, como ciertos diamantes, era un crudo diamante, que los años se aprestaban a pulir.