Mateo jugaba en el huerto, de pronto se quedó pensativo bajo la desnudez del cerezo. Era una tarde fría y ventosa de invierno. El niño estaba muy abrigado con bufanda, pullover y calcetines de lana tejidos por su abuela Clara.
En su inocencia un pensamiento algo extraño cruzó por su cabecita.
-¡Qué frío!- se dijo-Uy con este viento helado y mi cerezo desnudo, ¿no le dará neumonía y dejará de producir cerezas?
Mateo pensó que él podría ayudar en algo para que eso no sucediera, ya que sus abuelas se peleaban y hasta concursaban para ver cuál de ellas tejía mejores calcetines o bufandas, las tenía de todos colores, verdes, blancas, azules para el cole, y hasta con los colores de su equipo favorito, azul y oro, una tejida por abuela clara y otra más larga por la abuela Cleo, lo más risueño fue que las dos se la regalaron el mismo día y eso que no cumplía años.
Preocupado por su cerezo pensó que debía tomar medidas, así que salió corriendo hasta su cuarto y sacó de los cajones y de cajas del placar todas las bufandas que el dúo de tejedoras había confeccionado desde su nacimiento.
Mateo no imaginaba su frutera llena de manzanas, peras y bananas y ningunas cereza, y menos tirarse debajo del sauce en tardes cálidas leyendo sus cuentos y a su lado un gran plato de su fruta favorita “las cerezas” cosechadas por él mismo.
Corrió con la caja llena de bufandas y bufanditas y trepó con varias de ellas enroscadas de su cuello. Comenzó a cubrir sus ramas con cada una de ellas, y aunque no todas serían cubiertas pensó que eso era bueno no se ahogarían como él con tan desmesurado abrigo como solía mamá cubrirlo a él.
Luego bajó del árbol y pensó q aún algo faltaba, corrió al cuarto de mamá y revolviendo los cajones de la cómoda saco una larga bufanda y volvió al huerto, esta la colocó dónde nacen las ramas y apenas logró atarla con el extremo de flecos
-mmm que bueno que es un cerezo joven y su tronco no es tan grueso
Si no, no podría cubrir su garganta-dijo satisfecho de su trabajo.
Regresó a la casa porque el viento era más fuerte y helado y desde la ventana miraban sus ojitos las ramas del frutal y las bufandas eran rayos de un arco iris flotando en el huerto.
ÁNGELA GRIGERA MORENO
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