Este bosque de maravillas,
ungido por sensaciones en lluvia,
algunas amargas, otras dulces,
fue el primer bosque en interiores
que Dios se atrevió a crear, pero nunca a ver,
porque está más allá de sus manos
y el hecho de verlo y caminar por sus senderos
se asocia a su más grande rival.
Un bosque en el que todos los árboles son iguales;
guayacanes rojos, ¡habrase visto tal especie!
Desde la raíz hasta la punta de sus hojas
cubiertos de clorofila semicarmesí, semigranate;
recorrido por un río ámbar sin peces ni tortugas,
una que otra garza alrededor;
un río llorado desde la distancia que jamás se extingue.
En su cauce la vida es escasa y fallece a su vera;
mas en el fondo, atados con grilletes a los tobillos
y al otro extremo ladrillos de marfil,
se encuentran los únicos habitantes del bosque
que una vez estuvieron fuera de él y
aseguran que por gracia divina volverán a estarlo muy pronto.