La tenacidad constante
era el premio de su vida.
Cada amanecer abría la puerta
del balcón de su corazón dando
gracias por su existencia...
La oración era la alegría perenne
-de su vivir-.
Engordaba de sabiduría celestial
penetrando cada segundo en su interior.
El amor era su alimento de cada día,
la comida que la hacía proseguir,
el aliento equilibrado en los momentos
-complicados-.
La convivencia era el coraje de su lamento.
Quería cambiar el afecto de su sentir,
deseaba penetrar en el cariño de los demás.
La solidaridad era su elemento principal.
El ser solidario, yo me entrego a ti
sin pedir nada a cambio,
-llámame-
y te digo aquí estoy...
Pero si miraba en lo profundo de su ser
intuía que las armas de su bravura
las tenía a mucha distancia de la puerta
-de su libertad-.
Entonces cerró la ventana de su cordura
y descansó a la vera de su fantasía vespertina...