Pernocta el honor bajo la casa marmórea
azuzada en dos realidades.
Tu figura alzaba el grito en el gentío,
entre el armónico silbido del llanto,
del hogar difunto esculpido en los labios
cuyos dedos poco a poco va soltando la libertad.
El rubor languideciente y olvidado de las cortinas
acaricia los surcos donde se almacena el aliento,
hastiado y enjuto, de las miradas que, furtivas,
presencian el círculo del engaño,
murmullos estoicos de vieja envergadura.
Un ave sonaba locuaz tras la ventana.
Pero viaja solitaria entre los astros del juramento,
las sonatas interminables, el dorado de los rostros.
La verdad es un nombre y una muerte
luchando con inocencia contra su propio destino
de tablas y aplausos, de estrellas sin noche.
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