En el filo del sol, profecía,
en el mísero llanto, las manos,
en el albor de un rito, mi hermano,
en la acidez del pecado, él pía.
En la oblicua gracia de su dios,
donde brilla la magia y la nada
y los “ayes” son preces de instancia,
allí amo a mi hermano y no a su dios.
En la tierra que traga ilusiones
se aviva el odio de sus desgracias,
brillan inmarcesibles sus males.
En el ámbar que guarda el amor
de sueños de sangre y dolor,
allí muere y revive también...
mi pasión.
Andrés Romo