Siempre o casi siempre
tropezaba en la misma piedra.
Su argumento era caer y levantarse,
llorar y secarse las lágrimas
de su sufrimiento indisciplinado
y fuera de lugar en todos los segundos
de su existencia completa y rebosante...
El vértigo la envolvía con una indiferencia
corrompida por gusanos invisibles,
en la aureola desafiante de su nuevo amanecer.
Nada era igual que ahora.
Y el mañana no existía.
El presente estaba ahí con un cúmulo de dudas
en su mente noche y día.
Apoyada en las columnas
de su psicosis latente,
quería atrapar al tiempo,
agarrar entre sus dedos
los lamentos del silencio.
Era duro el sufrimiento
y no encontraba vacuna,
era una llaga abrasando,
maltratando, los cimientos
de su dicha inoportuna...