Te ofrezco el fuego
y el agua de mi hogar.
El piso, sito en un medianero barrio santanderino,
se hacía bola de fuego a causa de unas cerillas mal apagadas.
Parece que Luisa, la chica que en él vivía, en las prisas del
llegar tarde al trabajo no sincronizó fogón de gas natural
con prendimiento del fósforo, y ello ocasionó una combustión
de la que salió ilesa por obra del Espíritu Santo.
La cocina era un infierno cuando los bomberos hicieron presencia
en el inmueble, ella fuera con lo puesto, tosiendo el humo
mortal y el fuego despidiéndose bajo la pericia de los agentes.
Uno de ellos, de cuyo nombre no me acuerdo, acudió a la orilla
de Luisa cuando el infierno hubo desaparecido.
Entre sus ojos una ráfaga de gas fatuo recorrió la escasa distancia
que los unía hasta prender en llama.
La agenda —la ida al trabajo, el desayuno, la vuelta al furgón
para atender otros incendios— de ambos tuvo que esperar.