Subiendo la montaña su voz me alienta
y una morada campesina se presenta
como de sepia y dolencias de antaño;
no creas el rumor del río, es un engaño,
persiguiendo un fantasma de labios blancos
dando pasos mientras en el tiempo se pierde,
derramando copiosa la vida por sus flancos
y que de vez en vez aparece entre el verde,
cerca de un fogón donde el humo de ollas roñosas
se confunde a veces con la bruma que se levanta
al penetrar el sol un bosque de miradas ansiosas.
Aquella niebla boscosa y milenaria
lo cruza todo, tan vital, tan necesaria,
como un mar que flota entre las ramas;
la voz de un yacutoro asciende con ella,
especialmente porque está hecha de sangre,
del frío, del viento y las hojas que sella,
de la voz mítica hecha del aíre y de llamas,
si, repito, porque está hecha de sangre,
como la carne humana.
Y así, vengo persiguiendo una leyenda,
tras la hermana del creador del mundo
que fue engañada y herida en una senda,
sombra tras las sombras, en lo profundo.
Yo, surtidor de elixires varios y venenos,
de pócimas demenciales, trabajo al borde
de la vida y la muerte, recetas de galenos
administro a la sangre y al espíritu donde
se funden en un lento vaivén casi mortal
que toda fuerza y toda voluntad esconde.
Destrozando la carne,
guardando su preciada sangre,
como pretendiendo purgar nuestro pasado
un último corte es asestado,
cae la lluvia para purgarnos
intensa,
como queriendo no dejarnos
escuchar el tiempo que pasa,
la lluvia que abraza,
la lluvia fría,
simplemente
a ríos
cayendo.
La niebla cruza azul hacia el Este
dando un nuevo giro a las cosas,
densa niebla, fuerte lluvia
una pared hecha de selva nos mira
como queriendo venírsenos encima,
callan las voces
como esperando,
como espectando
un nuevo aliento
de aquellos blancos labios.
Un agudo silbido rompe la calma
así, sin más,
inhalando las nubes
permite al sol
brillar sobre su espalda,
esperar,
esperar,
hasta que aquel fantasma
se levanta
y si,
herido
tembloroso,
pero aún fuerte
de la muerte se levanta…
Precipitándose la noche entre la floresta abrazadora
mientras la luna nos fulmina de amor en su creciente
y al llegar a un claro miles de estrellas su cara adornan,
cigarras me hablan con su aguda voz urgente,
¿acaso de esperanza?, ¿siquiera de añoranza?
Continua la vía como la vida así, simple,
como un río oscuro que nos lleva lejos,
lleno de una misteriosa realidad.