Notaba que la mañana era tibia,
agradable a su sentir.
Contempló como nunca lo había hecho
el sendero alargado y ascendente
que tenía delante de sus ojos y que muy pocas
veces le había prestado atención...
Entró como en un letargo misterioso
y fantástico a la vez.
La paz, una tranquilidad como caída de otro sitio
se extendía por todo aquel lugar.
La violencia que tanto temía había desaparecido
/definitivamente/.
Su rostro brilló con un color también diferente
y se sentía libre, sedienta de vida...
Tenía ganas de gritar, de correr por aquella
cuesta empinada y llegar hasta el final de aquel
largo y angosto sendero.
Ya nada la podía detener.
Entonces corrió, corrió como nunca jamás lo
había hecho.
Dejando atrás la violencia y agarrándose al
latido de vida que sentía en lo más hondo y
sensible de su ser...
El calor del silencio la impregnaba de sabiduría
y la brisa matutina la confortaba de ese amor
/que tanto deseaba/.