Destilando memorias,
las botellas enternecen
sus propios cristales,
mientras los labios
aguzan sin calma
la barca ya naufragada
de las penas que se creían
inscritas en el basto
prontuario del Leteo.
Las penas regresan,
no sin antes enviar
misivas y sufragios
declarando un pésame
adelantado a quienes
las han revivido.
Como huéspedes displicentes,
se instalan en el ático sin pagar
por los servicios de hospedaje y,
se niegan a ser desalojadas,
porque cuando las botellas
se consumen y las nubes no
sostienen por completo los rayos
del sol; es imposible encontrarlas
de nuevo. Se han desvanecido.