Abuelo, pero en realidad no abuelo
sino padre del abuelo que fue
el padre de mi madre, ¿cómo
he de llamarte? Bisabuelo
es una palabra que aleja,
sobre todo si ni siquiera
he conocido al abuelo
que ha muerto antes de que yo
me despertara en este mundo.
Ni mi madre tuvo la suerte
de conocer a su padre y a su abuelo.
De esas generaciones no ha quedado
ninguna memoria o recuerdo
conservado por alguien con quien
haya podido hablar en persona.
Estoy en la indeterminación.
Quisiera acercarme a tí
y te pierdo por más que me acerque.
No pretendo conocer tu cara
esfumada en las nieblas de los puertos
a los que llegaste en tus viajes,
pero por lo menos tu nombre
de marinero perdido
en el naufragio de su barco
no se sabe en cuáles aguas,
porque ni eso se conoce,
ni nombre, ni lugar, ni fecha.
¿Dónde estarás registrado?
¿Se hundió el cuaderno de bitácora
y los archivos se anegaron?
Puedo solamente imaginarme
tus extremos momentos de vida
que habrás afrontado con el valor
que un marinero debe tener
y que yo siento circular en mi sangre.
Mi amor por lo ignoto debo
haberlo heredado de ti
como también de mi otro abuelo
que me hablaba de sus viajes
remotos al otro hemisferio,
de cuando, cruzando el ecuador,
se le había muerto el monito
que llevaba de esas tierra lejanas.
Me entusiasma que de las dos ramas
de mi familia yo tenga esta herencia,
este destino de hombres que han visto
los horizontes marinos, como Ulises,
sus calmas chichas y sus tempestades.
Pero de ti, cuyo nombre ignoro,
debo haber heredado más
que de otros avos. Me parezco
a ti no sé si en el aspecto exterior
porque no quedan fotos tuyas
y nadie recuerda tu cara,
pero sí en lo más hondo del alma.
El tiempo es un abismo sin fondo,
basta la desviación de un segundo,
de una mínima fracción de segundo,
y estás fuera de su flujo,
dejado atrás a la deriva
en la estela del barco que prosigue
su carrera inalcanzable.
Es inútil que te desesperes
nadando con toda la fuerza
de los brazos y las piernas
para alcanzar el barco ya lejano.
No hay salvación posible
ni es viable organizar
expediciones de rescate
para sacarte de allí donde
te has quedado para siempre.
La muerte quizá sea solo el tiempo
que avanza sumergiéndolo todo
como una ola de pleamar que avanza
desde el horizonte a la costa.
La muerte quizá sea solo el tiempo
que sube y baja implacable,
te llega hasta la boca, la nariz,
te cubre los ojos, las orejas.
El tiempo quizá sea la muerte
que de repente te apaga
como un soplo apaga una lámpara,
hace de ti de golpe un cadáver
que ni habla ni se mueve,
se mece inerte en el agua
arrastrado por la corriente
y ya empieza a corromperse
a pudrirse y apestar
ni es posible conservarlo
e impedir que se deshaga
y se vuelva fango y limo.
Tiempo y muerte se equivalen.
Tienen la misma substancia.
Desde los espacios lejanos
llega la luz viva de estrellas
muertas hace millones de años.
Mi bisabuelo marinero
que nadie jamás recordó
en los años que siguieron
su desaparición improvisa,
su muerte imprevista por agua
en una mar de naufragios,
mi bisabuelo marinero
que jamás volvió a la tierra,
que se disolvió en la mar
en que desvaneció como un sueño
dejando sola y en la miseria
a mi pobre bisabuela,
esa viejita pequeña
que guardó el luto por toda
su breve vida, cuidando
al niño que luego sería
mi abuelo y que moriría
en los últimos días de la guerra,
de la Gran Guerra, soldado
raso, él también sepultado
en una tumba sin nombre,
él, el padre de mi madre.