Lo encontré sin buscarlo un día
y el bosque estaba nebuloso,
aquel soto mustio lucía,
lúgubre, espeso, tenebroso.
No salía de aquel asombro,
ni pensé lo que pasaría,
caminando encontré el escombro
con el que me tropezaría.
Gritos, angustias y tristezas,
ofrecía aquel monte obscuro;
y en los árboles con rarezas,
el viento auguraba un conjuro.
El rugir se escuchó profundo;
lógico, asustó los sentidos.
Y así, un tanto nauseabundo,
caminé oyendo muchos ruidos.
El rugir temido del tigre
generó mucha incertidumbre;
nadie salga, tampoco emigre,
la norma cambió la costumbre.
Y así, en el medio de la niebla,
densa como la misma noche,
a lo lejos, como tiniebla,
se oían voces de reproche.
Ruidos aquejaban la vida
en medio de las soledades
y con la esperanza cohibida
pasando tantas tempestades.
El bosque se vistió de luto
gritando fuerte el sufrimiento;
y a Tánatos, rindió tributo,
con el lienzo del firmamento.
La espesa selva desolada
presagiaba dolor y llanto,
la mirada errante y truncada
era señal de cruel quebranto.
Y el susurrar de ave nocturna
el alma ponía en suspenso
y aquella voz muy taciturna
susurraba: ¡Estoy indefenso!
El guardabosque se perdía
con pensamiento trasnochado,
la calamidad se expandía
y el bosque seguía nublado.
Y el murmullo de la lechuza
fusionado con el del cuervo,
oyéndolo cuando se cruza
en la memoria aún conservo.
Amanda lloró desde el cielo
aumentando más la agonía,
truncando proyectos y anhelo
dejando la vida vacía.
El cielo lloró intensamente
dejando tierras anegadas;
y tanto corazón doliente,
con muchas ramas soterradas.
Y Cristóbal fue complemento
de Amanda que había llorado;
corriendo, como agua el lamento,
dejando el sueño destrozado.
Estar en el bosque no es fácil
oyendo ruidos sin sentido,
con el susurrar burdo y grácil
y su guardabosques perdido.
Hoy estos versos los engarzo
con realidad e infortunio;
el viaje, desde el mes de marzo,
¡No para, aún continua en junio!