-Me marcho.
Me lo dijo mirando al suelo
Y su voz se quebró;
Como los verdes tallos
De las pequeñas flores
Que hollabamos con los pies.
\"¿Y regresas?\"
Le quise preguntar
Pero mi voz fue tan débil,
Tan inaudible,
Que el viento juguetón se la llevó;
Como a las hojas de los árboles,
Como a las frágiles semillas
De los dientes de león.
-Nunca me escuchas...
Mire sus labios,
Rojos como frescas cerezas,
Y recordé el día que la conocí:
Me enamoraron sus labios,
Sus mejillas, sus ojos...
-Me oyes...
Pero nunca me escuchas...
Y me cansé...
Olvide los recuerdos,
Los lejanos, los bellos,
Le sonreí con gracia y le puse atención:
¿Se había cansado?
¿Se iba a descansar?
El cielo estaba en calma,
Con sus brillantes nubes
Como copos de nieve,
Y su azul, tan profundo
Como el azul del mar.
-No dices nada, siempre te callas;
Hermético te sierras
Y me dejas afuera con mi amor,
Con mi rabia o con mi felicidad.
¿No dices nada?
La mire, sorprendido,
Sin entender su enfado,
Sin entender su estrés emocional.
-Me marcho...
Me lo dijo de frente,
Mirándome a los ojos
Y sus ojos tenían el color de la hiel.
Eran ojos hermosos, verdes,
Con vetas amarillas;
Como el musgo en las piedras,
Como algas en la mar.
La vi que se alejaba, despacio,
Muy despacio,
Como esperando que la detuviera,
Que no la dejara ir.
Le di alcance en la meseta
De un angosto camino
Y la pregunta urgente
A mis labios llegó;
-¿Y ...Nos vemos al rato...
Para comer...?
Se detuvo un segundo,
Volteo para clavarme
Las dagas de sus ojos,
Masculló unas palabras,
Vociferó y se fue.
Yo me quedé parado,
Como un árbol más
A la orilla del camino,
Sin entender su enfado,
Sin entender su prisa,
Sin entender su angustia matinal.