Igual que los ascetas, viví sin mucha prisa,
buscando las tormentas de amor, con fuego eterno,
y fueron compañeros el viento y suave brisa
en noches de bohemia, de ensueño dulce y tierno.
Amores encendidos llenaron mi existencia,
también crucé ventanas en noches estrelladas
bebiendo las pasiones de gran efervescencia,
de alcobas que prohibidas, de amor fueron cascadas.
Moteles y cañadas oyeron las promesas
que tantas veces hice, gozando del placer
de cuerpos seductores, de lúbricas tigresas
envueltos con las alas de un fresco atardecer.
Quizás de algunos ojos nació el mejor poema
que pude haber escrito, con grande devoción
al fuego que tenían, con flama que nos quema
con esas sus miradas de mágica erupción.
Sentí de manos suaves la lluvia de caricias
con esa gran frescura de estepa tropical;
que dieron el destello de hermosas impudicias
que llenan nuestras vidas de luz tan sideral.
Ahora que preparo con calma mi equipaje,
sin penas, sin angustias, sin llantos, sin rencor;
deseo ardientemente que cuando inicie el viaje
me nazcan desde el alma los lirios del amor.
Y partiré cantando lo mismo que he vivido
quizás alguna tarde que alumbre mucho el sol;
que guíe mi camino por lo desconocido
con una luz divina de espléndido arrebol.
Autor: Aníbal Rodríguez.