Si ya me voy, que no entierren mi voz.
Que mi palabra me sobreviva en humilde papel
y que las hojas marcadas por mi experiencia
se desplieguen por el orbe como persistente brisa
para llegar a refrescar los sentidos
de quien quiera oírme dibujar sueños en la piel.
Y vertido en la letra, embebido en la creación,
dejar partículas de mi existencia en cada ser,
para que un día ya no tenga que nacer otra vez.
Dejar de morir en esta envoltura desechable,
rodearme de sueños con olor a permanencia
y despojarme de los retazos de vida
que protegen mal mi pertenencia eterna.
El oficio del hombre no es la muerte,
sino la existencia perenne que dejamos
en aquellos que extienden nuestros caminos
y prolongan nuestra fugaz humanidad.