Se miraron a través de los cristales delanteros de
/ los coches/
en aquella recta casi infinita en la autovía
/peligrosa/
de aquel atardecer otoñal, frío y tímidamente
/lluvioso/.
Sus ojos efervescentes de melancolía juvenil
penetraron en los recodos oscilantes de su rostro
/puritano/...
Las miradas cambiaban de tonalidades,
lo marrón de aquel instante se había vuelto,
se había transformado en un rojo aterciopelado
en las hendiduras ocultas de sus corazones.
Y temía perderla...
No quería adelantarla, mas una curva insolente e
inesperada presagiaba lo peor.
La seguía de cerca...
Y los latidos elásticos y flexibles de su cerebro le
decían que la princesa de su vida la tenía a cinco metros de distancia en aquella autovía peligrosa,
de aquel atardecer otoñal, frío y tímidamente
/lluvioso/.
Mas las sombras de la noche la envolvieron en su
plena oscuridad.
La había perdido.
Y una desgana inoportuna se abalanzó sobre él.
No sabía ni quien era, ni donde vivía, ni siquiera
sabía su nombre...
Tal vez andaba perdida en aquella autovía del atardecer.
Buscando como él buscaba unos ojos, una mirada, una brasa de calor para poder continuar...
Y recordando su rostro la llamaría Belleza Fortuita
de aquel atardecer otoñal, frío y tímidamente lluvioso...