Yo era árbol. Mis hojas bebían la luz del cielo; mis raíces descendían hasta el profundo corazón del mundo; en mis ramas anidaban los fénix y los roc, y bajo ellas innumerables generaciones humanas buscaron sombra, cobijo y consuelo. Presencié amores prohibidos y llantos de poetas; duelos por amor, envidia o y codicia; ejércitos que se enfrentaban por motivos ajenos y amaneceres que, congelados en el tiempo, eran indistinguibles de los crepúsculos.
Un día me cortaron en pedazos y a mis partes les dieron nueva forma: ahora soy un mueble de salón, una mesa de comedor y una mesita baja para el café. A veces echo de menos la brisa de la tarde, los insectos del verano y el sabor del sol. Pero disfruto del olor a café; de cubrirme con un hermoso mantel de lino inmaculado para dar la bienvenida a los platos y a las deliciosas comidas que contienen - y que a menudo puedo saborear gracias a las encantadoras torpezas de los niños de la casa - y me he aficionado a los documentales sobre animales y a las series subtituladas. Y he aprendido tanto de política que, modestia aparte, creo que podría fundar un partido y ganar unas elecciones; y mi presidencia aportaría todo aquello de lo que carece la política actual: honradez, sabiduría, empatía y confianza.
Sí, sería un gran presidente.
Si no fuese un mueble de salón y dos mesas, claro está. Eso limita un tanto mis opciones.