Es el espanto que cruza silencioso las calles con su cucharilla de plata vegetal, indemnizando las casas prudentes y atemorizando a los dioses ocultos en las avenidas precavidas. Donde rosea la carne y se avecinan temporales. Y en que las piedras surten de desmayos las ínclitas ciudades. Es el orificio final, donde escapa la muerte con caballos alados, y se instauran pequeños reinos de impaciencia, se prolongan los estadios donde reina solitariamente la mezquindad. Es la agónica mirada, el surtidor de enfisemas que procura arremolinarse justo al lado de la cómica usurpación de nombres, y donde un material de amapolas hierve cerca de un hornillo.
Y es la locura también, y el delirio, y las nuevas formas hirviendo por dos docenas de huevos, y la ambrosía celestial y el caldo de cultivo de los cuchillos implantados, serenamente-.
©