Quería ver la silueta de su alma en el río de aguas
bravas que tenía en el fondo de su corazón.
Se perdía con la sombra opaca de aquella tarde
-perezosa-.
Los caminos embarrados, enfangados de melancolía le hacían llorar,
y sus lágrimas eran de sangre y de amor prohibido.
Descolgándose por las peñas abruptas de su
mente intentaba llegar al lugar más seguro,
más sensato de su cordura perdida...
Embarcaba por las aguas de su río tormentoso.
Su destino era la vida que se le iba, se alejaba
como huracán enfurecido en las tinieblas, en el
vértice del mundo...
El invierno se acercaba como lobos matando por
las praderas.
En las montañas la nieve...
En su cuerpo latigazos de penumbra salpicando
las columnas de su espíritu cansado, deformado
por destellos de energía que ya estaban ovidados.
En letargo amanecía como soldado valiente que
parte para la guerra.
Escalando montañas, atravesando desiertos para
llegar a la luz de la estrella más cercana.