Traigo en el cinto un machete,
alpargatas viejas por el transitar del tiempo,
un crucifijo empuñado,
en mi alma luto y sufrimiento,
la mirada taciturna
y la mente cargada de recuerdos.
A lo alto del campanario
los repiques lloran al cielo.
Mientras te veo llegar
de regreso al pueblo.
Con sus ojos azabaches,
contoneando el pelo suelto,
la gabardina que deja entrever
la línea de cuerpo esbelto;
entre tanto, en los labios
Susurra un te quiero.
El caminar, ya no es firme;
porque ha pasado el tiempo,
la piel que inspiraba amor
en sabanas y te quieros;
se confunden con lágrimas
y desconocen la partida,
ocultando la ausencia de la vida.
¡En cambio yo!,
he visitado el cementerio.
En la mochila llevo
dalias y crisantemos;
para recordar a los muertos
porque, sé que vivo
y muriendo estoy
desde que he quedado muerto.
En mi mente vieja,
anida una novia vestida de blanco
con ángeles que cuidan el cielo.
Su alma mora de nuevo en el pueblo
en busaca de un amor,
que habita en su desvelo.
¡Oh!, pobre de ti.
Cómo olvidar a los vivos,
y recordar a los que están muertos