Suelo de rocas grandes y duras
que se amontonan sin mucha pena
bajo tus pies en sus zandalias,
en sus zapatos, sus botas negras
sus mocasines, sus tacos altos
corriendo locos sin fin en mano.
Suelo que cruje bajo mi paso,
que se hace verde para el descanso,
que mueve a todos al esperarlos
cuando sostiene los que pasamos.
Suelo sediento, lleno de gracia,
con su silencio de la elegancia
que busca agua debajo el prado
y encuentra pena si la mostramos.
Suelo querido, cuánto te extraño,
cuánto te añoro, cuánto demando
si es que pudieras ver de antemano
que acá lo fértil nunca está a mano.