Escribo poesía sin conocerte,
sin que me conozcas,
y la escribo a solas,
aislado,
pero contigo.
Escribo poesía mientras algunos hacen el amor y otros rompen sus relaciones,
mientras algunos se enamoran y otros se reconcilian,
mientras algunos nacen y otros mueren.
Escribo poesía mientras algunos enferman y otros sanan,
mientras algunos odian y otros perdonan
mientras algunos fraguan algún delito y otros se rinden ante la culpa.
Escribo poesía mientras algunos ríen y otro lloran,
mientras algunos rezan y otros blasfeman,
mientras algunos reciben una gran noticia y otros sienten que su vida se desmorona.
Escribo poesía sin conocerte,
sin que me conozcas
y la escribo a solas,
callado,
pero contigo.
Escribo poesía mientras las aves cruzan el cielo y las nubes destellan de luz,
mientras las manadas atraviesan la tierra y los árboles coronan sus flores,
mientras los cetáceos surcan los mares y los barcos rompen las olas.
Escribo poesía mientras se hace la guerra o se declaran pactos de paz,
mientras el gobierno ríe o el pueblo se levanta,
mientras la vida sopla o la muerte espera.
Escribo poesía porque cada poema vibra con el mundo,
se entrelaza con el tiempo,
pertenece a cada ser que respira y rememora a todo a aquel que ya no vive.
Escribir poesía es un acto de rebeldía, de confrontación,
de librar primero la batalla consigo mismo y después declarar la paz con el entorno.
Escribo a solas, aislado y en silencio,
pero contigo,
porque la poesía es de todos,
todos somos poesía
y cada poema que yo escribo no es mío,
es tuyo, de aquel, del mundo entero.
La vida sigue y el poema se detiene,
el poeta muere y la poesía subsiste.
Escribo poesía sin conocerte,
sin que me conozcas,
y la escribo contigo,
porque todos somos el poema,
el poema infinito.
—J. Moz