Sobre un mar de adversidades
se hunden mis pasos.
En medio de la tempestad
me detuve.
El tránsito es muy corto
por este espacio terrenal.
Dejé escapar unos detalles
en mis cansados pies;
mi cuerpo estaba abatido,
mis hombros
no soportaban el peso.
Mi mente
se agotó con los temores.
Soledad desesperante,
harto de todo,
acepté el refugio
en un santuario
colmado de ángeles,
cubiertos con batas
envueltas en luz;
Seres que como flores
dejaban escapar
la fragancia del servicio.
El rugir del mal
desapareció lentamente
entre una brisa suave
que acariciaba mi cuerpo con amor.
Recuperación milagrosa,
héroes profesionales,
médicos y enfermeras
con una sonrisa llena de luz,
con la alegría de sus ojos
invitándome a vivir,
con sus manos abiertas
dispuestas a servirme.
Exhaustos y abnegados
tomaron las herramientas
de la paciencia,
la templanza
y la fortaleza,
para devolverme
hacia la vida plena.
Pasé por lo peor
para reencontrarme con lo mejor.
Hoy recojo lo sembrado
a través de mis retoños,
herederos de mi forma de ser
y de mi prójimo lleno de caridad,
para abrirme al bien
que el Altisísimo me devolvió
por su ilimitada misericordia.