Entre la bruma espesa
de los conciertos vespertinos,
busco ocultarme de la realidad;
pero se cuela entre los rescoldos
que conserva el follaje fértil
de las memorias insurrectas.
Espero a la realidad tras de la puerta,
pero el garrote con el que quisiera
asediarla se me deshace en las manos y,
ella me abraza como a un viejo amigo,
me besa en la mejilla y me fulmina
con un relámpago gris, lo demás
es un desasosiego casi rutinario.
Los rincones son mi hábitat,
y a tientas, busco palpar sus dedos.
Pero seguido de pasos afanados,
escucho un chirriar instantáneo
y el estruendo de una puerta
lanzada sin remordimiento.