La había dejado después de varias décadas
- de convivencia -.
Él se había enamorado nuevamente...
Ella vivía perdida en una profunda desesperación;
lo quería y no lo podía olvidar.
Sus lágrimas encharcaban, empapaban la
- nostalgia transitoria -
de aquellos días envueltos en una trágica
- añoranza-.
La soledad de sus ojos era evidente en el trato
cotidiano con los demás,
necesitaba encontrarle y decirle que nunca lo dejó
- de amar -.
Que era la margarita de su alma,
el aliento impulsivo de su semblante,
el agua dulce que penetraba por las estrías
ocultas de su sensatez...
Se había marchado y la silueta de su cuerpo
apenas sostenía sus columnas desquebrajadas,
amputadas por tanto desamparo,
por una inoportuna amargura cruel e insolidaria...
Mas lucharía segundo a segundo para ganar este
último combate que la vida le había enviado.
Entonces comprendió que se tendría que querer
mucho más que antes,
tendría que reciclarse para volver hacer otra vez
- inmensamente feliz -.
Y encontró el antídoto a su desgracia...
Se escribiría cada día una carta para sí misma.
Una carta positiva, donde la alegría y las ganas
de vivir serían su energía efectiva y cómplice
para seguir caminando por los senderos de este
- conmovedor mundo -...