Un día en que me dormí
la cara vuelta hacia el mar,
la noche rompió las amarras
y me llevó muy lejos.
Otro día tuve los ojos
cerrados por todo el tiempo:
el sol vino a acariciarme,
el viento me cortejaba,
una voz se me acercó
tratando de seducirme.
Alguna vez, lo confieso,
me dio por robar: espiaba
a los otros y ponía
mis lerdos pies en sus huellas,
remedaba sus ademanes
y repetía sus palabras
interpretando en solitario
un sinnúmero de roles.
A menudo hasta intentaba
emular un vegetal,
un animal o un objeto,
pero lo que conseguía
casi perfectamente
era imitar mi esqueleto.
La vida me seducía,
he dicho, y estaba contento,
aunque las ocasiones
a veces me defraudaban.
Pero lo importante es vivir,
dejar que la vida te lleve.
Tras de cada puerta que abres
se abre un sinfín de otras puertas.