Ya son claros, los doctos estímulos,
que visten sus manos...
Los puros juegos, sus benditos ojos,
sin pecados los sueños...
Qué lindos atuendos, como hilos sus cabellos,
y el blanco velo de sus posados...
Sus dedos finos, aspas de diez molinos,
recogiendo espejismos...
Desde los astros, anhelos extraños,
colmando destellos...
Ocultos gestos, de mimos perdidos,
amparando suspiros...
Sus lloros, como divinos tesoros,
en mis versos mojados...
Entre cuentos invocados, mis cuidados.
Que de Dios son los niños.