Llega la noche.
Y con ella, todos
los seres tiemblan.
Sus pieles, antes
dormidas, brotan
mágicamente, de donde
hubo miedo, fuego o cenizas.
Amor venerable. Lo único
que nos salva. Y, en su decadencia,
apilamos, someramente, nuestros
afanes, voluntariosos y disciplinados.
Una luciérnaga, allá en el monte,
brilla, y me recuerda a tu alma, pobre
y desnuda.
Yo amo los lugares sin nadie, porque
en ellos he permanecido mucho tiempo.
©