El abrelatas en el suelo…
Nadie me ha dicho nunca que debiera agarrar
con mis manos rotas de aire estéril
una guadaña o un cuchillo
y conseguir que “los otros” hablen
con suma claridad.
Nadie me enseñó qué es lo que reside
después de un odio común;
lo cierto es que se me debilita la bilis,
el ansia de querer-poder-morder el sosiego;
nadie –repito- me ha dicho qué se esconde
tras el orificio que nos lleva
al Reino Celestial.