El sol se iba levantando
con su luz resplandeciente,
la noche iba cobijando
aquella luz refulgente
y su brillo fue apagando.
Fulgores desvanecidos
quedaron pasando el río
y daños inmerecidos,
en el corazón sombrío,
de sus seres más queridos.
Los verdes juncos temibles
los que liaron su alborada,
se hicieron imperceptibles
con su fatal estocada,
en tiempos que eran terribles.
El llanto brotó en los ojos
cuando se apagó su brío,
con el alma hecha manojos,
colmándose con hastío
al caër al piso de hinojos.
Pero el destello aún vive,
aquí está en los recuerdos,
luz que en el cielo pervive
y aunque con los pasos lerdos
tu amor, aquí, aún convive.
La fecha es inolvidable
y cambió nuestro fortunio.
Eras joven, muy afable;
y un veintinueve de junio
la muerte llegó implacable.