Pausadamente iba muriendo la tarde
y este gélido invierno, privado de verdes,
se filtraba con saña en mis transidos huesos.
Un atardecer más, que se sumaba al inventario
de mis días primitivamente felices;
cuando la ruleta de la vida giraba sin cesar
y el tiempo no era motivo de preocupación.
Se podía percibir como de a poco,
se iban perdiendo los últimos rayos de luz
y un manto oscuro envolvía lentamente mis penas;
en tanto me preguntaba por cuánto tiempo
habría de eternizarse este exigido encierro.
Para decir verdad, mis años y un carretel
ya desplegado que se acerca a su final;
secuestraban el poco resto de esperanza
que, sin embargo, luchaba por mantenerse
con su fundamental entereza.
Finalmente se hizo noche y con ella
se tornó más nostálgico mi sentir;
y quedé entonces en un solo pensamiento...
¡Oh Dios tus manos son las que obran
y si no te das prisa, no habrá
ni espada ni acierto para acabar esta faena
que hoy me envuelve en el misterio y la sombra!
Jorge Horacio Richino
2/7/2020
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