Abre tus manos, hermosa y amada, hermosa
y dulce; abre tus manos
y contempla en el espejo
el milagro de tu cara:
observa tu sonrisa,
observa tu mirada,
observa todo espacio
de ese lugar privilegiado
al cual acuden mis recuerdos
cuando la noche se agudiza.
Abre tus manos,
sacude tus brazos,
suelta tu silueta y
déjala que vuele,
deja que silencie
a mis latidos
ya cansados,
deja que detenga
a mis ganas de correr
en el rocío,
deja que reprima
a mis deseos de atrapar
las rutas
de tu cuerpo
Abre tus manos, bella y primaveral
hija de la tierra,
primogénita de la dulzura
de la madre naturaleza;
Abre tus manos, y mantén en ellas
encendido
el suave fuego de mi vida;
mantén en ellas
las horas que me quedan,
los pasos que me deben;
mantén en ellas
mi angustia de poeta
que tan sólo se disipa
cuando aparece suspendida
tu cálida belleza.