La noche fue un prefacio a una confesión del universo
entre el canto del grillo y el sueño de millones de almas;
me inscribí al seminario
de abrir los ojos en medio de la obscuridad.
No hay peso en mis párpados
cuando voces delicadas me exigen las pruebas, de que esto no es un sueño.
Abrir los ojos cuando se extingue toda luz, para luego cerrarlos, nos ancla en el abismo de no poder distinguir
la diferencia entre realidad y fantasía;
nos sitúa en la discrepancia de no poder discernir entre el negro que se mece ante los ojos abiertos y el negro que se ofrece a los ojos cerrados en una noche cualquiera.