Es tan sencillo escribir desde el dolor, en un bosque frio, con árboles sin hojas, con ríos sin agua, y pasto seco que lo cubra: transcribir desde el alma pura.
También es cierto que la vergüenza impone su recato a la hora de escribir, de contar algo.
Pero el dolor le quita la ropa, imprime con sangre y en tono bestial toda la verdad.
Aclarado este punto, no intento vestirme de palabras lastimeras.
He nacido y he de morir todo carne y huesos.
No anticipo mi muerte, ni siquiera la busco; puedo pensar en ella, desearla, pero ella ha de encontrarme a su modo y a su debido tiempo.
En ocasiones la imagino (a la muerte) como a una mujer fácil queriendo cogerse al que se le cruce por delante.
Pero yo que la he conocido de cerca, les puedo decir que es solo una anciana sin dientes y de rictus severo, sin más pretensión que sentarse en tu cuarto a fumar un cigarrillo y luego darte las gracias con una caricia en la mejilla.
Eternas lunas-.