Muy triste quedé en la alameda
cuando me soltaste la mano,
en mis ojos arreció la lluvia de mi llanto
dejarme morir así, ¡No, no era necesario!
Y vi claramente en tus ojos
las aguas turbias del olvido.
Te llevas musa mía las virtudes de mis años.
¿Qué haré sin el cáliz de nardo de tus labios?
En los míos quedarán los rastros de sus cenizas
y la fuente clara que dulcemente emergía,
cuando tú para mí sonreías.
Mi ternura al fin fue enterrada
en la primavera vacía de la rosaleda.
Te alejaste con el ocaso,
la noche tocó con su mano
un triste repicar en el viejo campanario,
dejarme morir así, ¡No, no era necesario!