Ya no quiero mis ojos, faros malditos que
revelan vistas que preferimos dejar en la calma
de lo Profundo.
Que belleza tan frágil es la que los seduce,
que borrosas se tornan las memorias si se las confío.
Ya no quiero mis ojos, estoy harto de que no muestren nada
más que espadas esperando encontrar carne,
harto de que no haya nada detrás de ellos,
salvo un animal que no sabe distinguir
un juguete de una granada.
Ya no quiero mis ojos, saben lo que ven
pero ven lo que quieren,
ya no descansan en los árboles.
Sigo buscando ojos que no sean míos,
para destruirlos.
¿Qué sombra osará extinguir la llama que asoma con cada rugido?
Ya no quiero mis ojos,
ya no quiero los ojos de nadie.