La vida es breve, el arte largo,
la ocasión fugaz,
vacilante la experiencia y
el juicio difícil.
De todos es dicho que la cera
que brota de nuestras lenguas
es la única que arde.
La sazón que enarbola la simiente
es la sola ocasión del trasiego.
Las hoces que se alzan al despecho
sobre la era de las vanidades
son hoces que se clavan...
en tu espejo.
De todos es sabido que quien suelta
al aire los polvos de la discordia
recogerá más pronto que tarde
los fríos lodos del desapego.
Bien que te lo dije antes del día de autos.
Tú no me hiciste caso poseída por la ira,
la venganza, y por qué no decirlo, la envidia
de saberme a salvo de la defecación
de tus sórdidos bajos fondos.
La Justicia divina es la mejor de las injusticias
—dicen— mas en mi caso la ciega balanza
que la caracteriza ha colmado el equilibrio.
Siéntete viva en este momento en el que escuchas
mis lamentos, que respiro por la herida lo sé,
más no lo siento porque tocar toca a rebato
mi aliento, es mi momento de cercenar la espada
que blandiste cuando el corazón que me riega
saltó a pedazos manchando todo el gotelé
de nuestro nidito de amor, que yace ya cual Atlántida
encadenada y que no espera la liberación de un Prometeo.