Yokse

Te culpo, y no te culpo, Madre

Madre,
lo has visto todo con tus propios ojos,
y no has querido mirar.
Has visto mis ojos llorando con la cabeza entre las manos,
y de repente
tus ojos no eran tuyos
y los míos eran increíblemente solos y míos.
Lo has visto todo, Madre,
y has escondido tus ojos entre las manos
mientras yo me agarraba una mano con la otra y la soledad se me escapaba entre los dedos.
Te culpo, y no te culpo, pero te lo digo:
Sólo quiero escuchar esta herida que eleva la yedra sobre mis párpados
y me deja sin nada en las manos.
Me he quedado sin nada en las manos,
sin nada que merezca la pena hacerme morir en este instante,
ni un solo recuerdo deforme que me haga resignarme
por lo espantosa que he sido conmigo misma.
El mundo, la luz,
un ángel caído,
una escultura horrible que llaman bella,
el tiempo solo que está vivo y quiere quedarse.
Madre, no has querido mirar.
Te ha dado miedo mirar.
Pero la muerte desde dentro ve y calla. Desde abajo mata.
Y no hay nada más horroroso que amarse por debajo
ni nada más completo que el mundo que queda allí afuera
con sus nubes zumbando.
Madre, no has sabido mirar,
y ahora vomito versos rancios,
llamo estúpida a la distancia, blanda y desalmada,
como si yo fuera cualquiera.
Y soy cualquiera, Madre,
pero te ha dado miedo mirar
no has querido mirar
y eres la violencia de quien mira y no hace nada.
Madre, ojalá hubieses nacido a tiempo,
ojalá hubieses podido, sabido, querido
mirar
ojalá pudiese haberte nacido a traición,
como todas las cosas
que a traición mil veces nos mueren.