Postrado de hinojos
en las altas horas,
cruzados los brazos
en la noche lóbrega.
Contrito el semblante,
la piel sudorosa,
ardiente la sien,
la cabeza loca.
El cuerpo desnudo
privado de ropas,
desnudo hasta el alma
lo cubren las sombras.
Las sombras que acuden
como atroces hordas
turbando el espíritu
de pena tan honda.
Al pecho un espasmo
de una queja sorda,
exánime el ánimo,
la garganta rota.
Un grito callado
en la tenebrosa
noche de silencios
huye de la boca.
Sobre el frío lecho
el rostro se apoya
dejando un reguero
de gotas furiosas.
Parecen tormentas
de perlas acuosas
y son las resultas
del ojo que llora.
Queda el gesto pétreo,
la mueca marmórea
de una ruina humana
en la oscura alcoba.
Le aflige el recuerdo,
la triste memoria
del amor efímero
de su ninfa hermosa.