Encontré fotos de ese día,
fotos que solo puedo ver
durante las mañanas
el eclipse de la década.
Me da frío la imagen,
me da rabia el color.
Cuando la luz se apaga
aquí, en mi entorno
todo pensamiento
se materializa en llagas.
Me da frío la imagen,
me da asco la oscuridad.
Aquí, aislado,
recluido en compañía
de ese goteo interminable
de pensamientos asesinos:
extraño a mamá,
extraño a papá.
Quisiera tenerlos cerca,
quisiera preguntarles:
¿así se volverán mis ojos?
¿mi corazón será tapado por la luna?
¿el cielo está enfermo como yo?
Mamá:
¿seré como el ave despistada que,
confunde la oscuridad del fenómeno
con la auténtica noche?
¿me iré a dormir temprano colgado de los alambres
que no sostienen luz, ni cordura?
Papá:
¿verdad que las nubes arrullarán mi sueño?
¿verdad que soñaré con las estrellas?
¿verdad que sólo será pasajero?
¿verdad que estarás viéndome arder orgulloso?
¿Verdad… que este eclipse y, esta enfermedad no serán eternos?
¿Cómo es posible que ese eclipse… esa luz, no sienta asco de sí mismo
al ser obligado a morir en la negritud?
Las mismas preguntas,
los mismos anhelos, día tras día.
Al término, siempre me abrazo al recuerdo
que se me extingue cuando descubro,
otra vez el miedo inmenso que tengo de la oscuridad.
Y me aferro con fuerza
a la invisible esperanza de un siguiente día
en donde pueda decir que no existe
este miedo inmenso, este horror infinito
que paraliza mi alma y me impide huir.
Al menos ahora entiendo que,
en los eclipses: el cielo no está enfermo,
soy solo yo, el que no tiene cura,
ni la tendrá,
mientras estas personas
me sigan diciendo que es un juego,
el de montar su negra humanidad
sobre mi piel blanca
mientras mamá y papá,
no están cerca para poderles preguntar:
¿porqué es que a ese sol… no le da asco la oscuridad?
//Por: Hoz Léudnadez
//Del Libro: Ojos de Pájaro
//Editorial Tren de letras Qro 1998